La contaminación, el estrés y una dieta en la que priman las grasas y los precocinados hacen que el organismo tenga dificultades para eliminar las toxinas y mantener el equilibrio del pH de la sangre. Y eso abre las puertas al cansancio. ¿El antídoto? Una ración de energía alcalina en tu plato.
Esas letras son la abreviatura de potencial de hidrógeno, un parámetro usado para medir la acidez o alcalinidad de una sustancia. Se mide en una escala que va de 0 a 14 y en la que los valores menores de 7 indican acidez, los mayores indican alcalinidad y el 7 se considera neutro.
En el cuerpo humano el pH varía considerablemente de una región a otra. En el estómago puede llegar a 1,5 (muy ácido, necesario para la digestión); el de la piel está entre 4,7 y 6,5 (clave para la creación de la barrera protectora) y el de la orina es variable (precisamente porque depende de la cualidad de las sustancias que se eliminen a través de ella). El pH de la sangre debe estar entre 7,35 y 7,45. Se considera que un individuo está en acidosis cuando el pH arterial es menor a 7,38 y en alcalosis cuando es superior a 7,42 y ambas situaciones son altamente peligrosas para la salud.
Los defensores de potenciar una dieta alcalina se basan en la creencia de que este equilibro es la primera línea de defensa de nuestro cuerpo y la mejor resistencia contra las enfermedades. Sucede, sin embargo, que, aunque el organismo tiene sus mecanismos para compensar los desequilibrios y mantenerse dentro de los valores saludables, se lo estamos poniendo muy difícil con nuestro estilo de vida actual: factores como la contaminación ambiental, los tóxicos presentes en casi todo lo que nos rodea –desde productos de limpieza e higiene hasta alimentos procesados–, el estrés, la falta de sueño y hasta nuestro estado de ánimo alteran el pH y acidifican el cuerpo.
Nuestro organismo se defiende eliminando las sustancias ácidas a través de la piel y la orina y segregando sustancias como bicarbonato sódico y minerales alcalinos como calcio, potasio y magnesio para neutralizarlas. De este modo, expulsamos los ácidos de forma inocua, pero también vemos muy reducidas las reservas de estos minerales, lo que puede causar una disminución de la producción de energía, de la capacidad para regenerar células dañadas y para combatir agentes externos peligrosos. Las consecuencias se hacen notar en forma de calambres, arritmias, ansiedad o problemas cardiacos.
Nos sentimos más cansados, tenemos malas digestiones, caries, el cutis y el pelo estropeado… A largo plazo, una dieta que genera un pH ácido en la sangre aumenta no solo el riesgo de osteoporosis, sino de muchos otros problemas crónicos de salud, incluida la diabetes, la enfermedad cardiovascular, la hipertensión o el fallo renal.
Echarle una mano a nuestro cuerpo para compensar la balanza a través de una alimentación alcalina o de baja acidez. Estas son las claves:
Aunque hay quienes la practican de forma estricta, demonizando y rechazando el consumo de algunos alimentos como los lácteos y la carne, cuando se habla de seguir una dieta alcalina se hace referencia a incrementar el porcentaje de alimentos alcalinos, no a comer exclusivamente este grupo de alimentos. Para una buena salud también es necesario buscar el balance consumiendo alrededor de un 70-80 por ciento de alimentos alcalinos (la mayoría de los vegetales, especias, hierbas y condimentos, semillas y frutos secos, cereales integrales, especias, probióticos, miel…) y un 30-20% de ácidos (carne, aves, huevos, lácteos…).
Porque así, casi sin darte cuenta, estarás incluyendo mayor cantidad de productos alcalinos y porque, además, sus beneficios son mayores si se toman frescos y crudos. Otra clave para conseguir más sabor es incluir más hierbas y especias a la hora de cocinar.
No es una dieta pensada para adelgazar, sino para un correcto funcionamiento de nuestro cuerpo y para sentirnos mejor. Pero en la práctica, con este tipo de alimentación se pueden perder entre 2 y 4 kilos al mes. No es una dieta mágica ni tiene secretos, más allá del hecho de que, para que sea efectiva, debe ser muy variada en nutrientes y potenciar el consumo de alimentos saludables y poco calóricos frente a la moderación necesaria de carnes, alcohol, grasas saturadas, bebidas gaseosas, comida rápida o precocinada, que son las que conllevan una mayor carga calórica.
En este caso, el más recomendable es cualquier actividad aeróbica de intensidad moderada (correr, nadar, patinar, caminar deprisa...). La transpiración elimina ácidos de tu organismo a través de los poros de la piel. De hecho, el sudor es una de las principales maneras que tiene tu cuerpo de eliminar ácidos. Mover tu cuerpo lo suficiente como para hacerlo sudar hace que el sistema linfático bombee, cosa que sirve para eliminar toxinas y productos de desecho ácidos de los tejidos corporales.
Hidratarse bien es esencial para el buen funcionamiento del cuerpo, porque el cerebro necesita agua para efectuar las reacciones químicas que dirigen nuestro cuerpo y una caída del 5 por ciento en los fluidos corporales puede causar una pérdida de hasta el 30 por ciento de la energía. Además, el páncreas la utiliza para alcalinizar el alimento que sale del estómago y entra en los intestinos.
Si eres de los que no se privan de nada y de los que sucumben a todos los excesos navideños, échale al menos una mano a tu cuerpo tomando nada más levantarte este sencillo elixir detox.
Añádele a un vaso de agua el zumo de medio limón, media cucharada de miel y una cucharadita de bicarbonato, remuévelo bien y ¡listo!
Es un preparado rico en vitamina C, fibra y flavonoides, con un elevado poder antioxidante. El jugo de limón y el bicarbonato tienen efectos depurativos que ayudan a eliminar las toxinas acumuladas, contribuye a restaurar el equilibrio del pH y tiene otras ventajas saludables: mantiene el tracto urinario en buenas condiciones y mejora la función de la vesícula biliar y del hígado, tu auténtico órgano detox.